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FAMILIA | 24-05-2016 22:36

Cómo fomentar la solidaridad en nuestros hijos

El ser humano por naturaleza es un “ser social”. Desde que nace necesita de un otro para sobrevivir. Presenta una necesidad biológica de afecto, cuidado y la de pertenecer a un grupo que se interesa por el bienestar de sus integrantes. Demuestra tener una predisposición biológica a la protección, así como también a una empatía temprana. Esto quiere decir que, desde muy pequeño, el ser humano tiene la capacidad de identificar lo que le sucede al otro y de preocuparse por su bienestar. Así como heredamos una tendencia biológica por la cual podemos sentir enojo, miedo o celos, también heredamos una tendencia biológica para la cooperación, bondad, el amor y cuidado.

Además de poseer esta disposición innata de preocuparse por el otro, resulta determinante la educación desde pequeños. La conducta del niño se ve influenciada en mayor medida por la conducta de sus figuras de referencia, por el ejemplo que ellos dan. Además, los niños tienden a ser más empáticos si sus padres les enseñan las consecuencias que su conducta puede tener en los otros.

Esto les enseña a los niños a desarrollar una responsabilidad y compromiso moral, fomentando conductas prosociales que benefician a otros y generan consecuencias sociales positivas.

La acción de ayudar a los demás provoca sensación de plenitud. Se activan circuitos cerebrales de placer. Como “ser social”, el ser humano es más feliz cuando se encuentra en un ambiente afectuoso, es decir cuando percibe en los otros afecto, bondad y confianza.

Al ayudar se reduce el miedo, se estimula la confianza en uno mismo y se accede a la fortaleza interior y a las capacidades y recursos que posee cada uno. Además, se activan emociones constructivas como la alegría y sentimientos de amor que resultan beneficiosas para la salud. Por ejemplo, el fortalecimiento del sistema inmunológico, que se encarga de proteger al organismo de enfermedades infecciosas. Nuestro cuerpo está constituido para orientarnos hacia emociones constructivas que nos generen bienestar.

Otros beneficios de ayudar a las personas son el desarrollo de la atención, la empatía y sentido de unidad con los demás. Se desarrolla la capacidad de postergar una gratificación inmediata para alcanzar una meta a futuro y de controlar las emociones que puedan resultar destructivas. Lograr esta habilidad en la infancia genera beneficios a lo largo de la vida.

Cómo fomentar la disposición a ayudar

Hay que tener en cuenta que los padres van a modelar dicha conducta con el ejemplo. Si sus hijos ven que sus padres ayudan a los demás, ellos lo van a copiar. “Un acto vale más que mil palabras”. Así que:

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- Es importante reconocer cuando el niño tiene ganas de ayudar, fomentarlo y felicitarlo por esto.

- Tener en cuenta la edad del niño y sus posibilidades. No exigirle algo que no puede comprender o realizar.

- Se puede comenzar a ayudar con pequeñas tareas en la casa, como poner juntos la mesa o cocinar.

- Fomentar la ayuda entre hermanos y amigos.

- Hablar sobre ayudar a los demás y por qué les parece importante hacerlo.

- Registrar cuando a uno lo ayudan y cómo se sienten cuando reciben ayuda.

- Fomentar la empatía, ponerse en el lugar del otro. Estar atento al otro y registrar qué puede estar sintiendo y por qué.

- Hablar de manera explícita sobre las distintas maneras en que uno puede ayudar, teniendo en cuenta las capacidades y habilidades de cada uno.

ASESORÓ: Lic. Mora Marengo, del Instituto Sincronía. Especialistas en estrés, ansiedad y emociones. www.instituosincronia.com.ar / [email protected]

24 de mayo de 2016

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