"Yo era una niña feliz. Mi padre era carnicero y me gustaba mirarlo trabajar, observar las vísceras, los corazones de los animales, quizás de ahí me vino la vena científica”, dice Katalin Karikó, la científica que sentó las bases para desarrollar las vacunas Moderna y Pfizer-BioNtech que permitieron, junto con las demás, poner bajo control la pandemia de covid-19.
En un año se han puesto en el mundo más de 2.500 millones de vacunas de Pfizer-BioNtech y más de 370 millones de Moderna, ambas basadas en la tecnología que ella desarrolló y patentó junto al inmunólogo Drew Weissman en 2005.
Su historia:
La científica nació el 17 de enero de 1955 en la pequeña ciudad húngara de Kisújszállás. Su madre era contadora y tenía una hermana tres años mayor. Durante su infancia llevó una vida humilde: en su casa no había agua corriente, televisión ni heladera. Se recibió de licenciada en Biología y se doctoró en Bioquímica en la Universidad de Szeged. En su país trabajó durante los primeros años en el Centro de Investigaciones Biológicas. Allí concibió la idea de convertir el ARN en una herramienta médica y empezó a trabajar con él.
En esos años también conoció a su marido, Bela Francia, se casó y tuvo a su única hija, Susan, en 1983. Estaba embarazada de ella cuando defendió su tesis doctoral.
En 1985, casada y con una hija de apenas dos años, Karikó recibió una beca para investigar en la Universidad de Temple en Filadelfia y la familia emigró a Estados Unidos. La familia vendió su auto y partió con tan solo 900 dólares. Hungría era aún una república comunista y no permitía salir del país con más de 100 dólares. Karikó descosió el osito de peluche de la pequeña Susan y metió el dinero en su interior. Así, llegaron a Estados Unidos.
Karikó continuó trabajando y haciendo pequeños hallazgos que no siempre se entendían desde los laboratorios, copados por hombres, donde le resultaba muy difícil encontrar financiación. “Yo siempre supe que lo que estaba haciendo era importante”, afirmó en varias entrevistas, “trataba de explicarlo pero no me importaba tanto que la gente no lo entendiera porque siempre sentí que necesitaba generar más evidencias. Yo no era impaciente, sabía que algún día, quizás no por vacunas pero sí para otros fines terapéuticos esto sería bueno y beneficiaría a alguien. Lo que no esperaba es que ocurriera estando yo viva”.
En 1989 Karikó comenzó a trabajar en la Universidad de Pensilvania, en la Escuela Médica con el cardiólogo Elliot Barnathan. Junto a él descubrieron que el ARN mensajero podría usarse para instar a las células a producir cualquier proteína y eso abría la puerta a realizar sus propios medicamentos.
Un encuentro fundamental:
A fines de los noventa Karikó conoció al inmunólogo Drew Weissman junto a una fotocopiadora. Él quería hacer una vacuna contra el VIH y ella le dijo que podía ayudarlo. Fue el inicio de una colaboración en la que ambos descubrirían primero que el ARN mensajero provocaba una respuesta inflamatoria pero que esta podía evitarse usando otra molécula del mismo, llamado ARN de transferencia.
Esa fue la patente clave, de 2005, de la que se han beneficiado las actuales vacunas contra el covid de BioNtechPfizer y Moderna, además de muchos proyectos de vacunas y tratamientos contra otras enfermedades. Luego de la patente junto a Weissman, ambos fundarían una compañía RNARx, centrada en ARN.
Los investigadores vendieron después licencias a Moderna y BioNtech y Karikó se incorporó en 2013 a esta segunda compañía como vicepresidenta senior. En 2020 llegaría el covid y daría un giro definitivo a su trayectoria. El 8 de noviembre llamó por teléfono a su marido y le dijo "funcionó".
Aquel día se comunicaron los resultados satisfactorios de los ensayos clínicos y tanto ella como Weissman se vacunaron en su oficina el 18 de diciembre. Dijeron los medios locales que la científica no pudo evitar las lágrimas cuando los trabajadores de la compañía comenzaron a aplaudir. De ahí en más, ya conocemos la historia.
at Redacción Mía
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