Puede que uno lo haga por ansiedad o por aburrimiento. O puede que sea una mera costumbre incorporada en el correr de los años. Lo cierto es que muchísimas personas se muerden las uñas o descargan los nervios "jugando" con los dedos. A veces los dedos llegan a sangrar, y eso, a la larga, no sólo resulta poco estético sino que además abre las puertas a posibles infecciones.
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Las causas pueden ser múltiples. Por lo general, es una falta de control de los impulsos que no le hace daño a nadie, pero tiene una definición muy concreta entre los entendidos, que la llaman onicofagia.
El nombre proviene del griego. Onicos significa uña y fagia, o phagein, comer. El asunto se vuelve crítico cuando se torna muy frecuente o cuando se generan lesiones en la piel. En esos casos puede llegar a ser síntoma de algún otro tipo de enfermedad.
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De todos modos, no es fácil diferenciar cuándo se trata de una costumbre inofensiva y cuándo es el modo de manifestar un problema psíquico mayor. Sea por un motivo o por otro, la onicofagia se da en muchísimas personas. "Estimamos que entre un 30-40% de los jóvenes y un 10% de los adultos descargan de ese modo", dice Harald Tegtmeyer, médico y psicólogo alemán.
Muchos niños y jóvenes adoptan esa costumbre siendo pequeños pero la descartan pocos años después, cuando entran en la pubertad y les resulta vergonzoso. En la adolescencia pasan a prestarle mayor atención a su aspecto y se dan cuenta de que estar manipulando de ese modo o tener dedos que dejen en evidencia esas descargas nerviosas no queda bien.
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Los padres pueden apoyar a sus hijos en ese cambio, llamándoles por ejemplo la atención en un tono muy discreto sobre lo que están haciendo y lo que generan al morderse las uñas. Pero deben hacerlo de un modo muy delicado y sólo si notan que a sus hijos realmente les molesta. Si no, puede ser contraproducente. Si los adultos les hacen observaciones a los jóvenes como si les estuvieran marcando una debilidad, lo único que lograrán es generar tensiones en el vínculo.
El problema de morderse las uñas es, como se apuntaba antes, que además de ser poco estético puede propiciar infecciones con bacterias y hongos, además de generar daños irreparables en las células que producen las uñas. Con el tiempo las uñas suelen crecer deformes o con ranuras verticales marcadas sobre la superficie.
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Para evitar todos estos líos posteriores, uno puede estar atento y ver qué situaciones le disparan ese comportamiento. Suele ser el estrés.
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Para evitarlo, puede ayudar cambiar ciertos hábitos. Si uno se las muerde porque siempre sale tarde, puede adelantar el reloj, o programarse para almorzar tranquilo con el objetivo de evitar juntar mucha carga laborar con el correr de las horas del día.
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Pero otro factor importante es el de la autopercepción y, una vez identificado el problema, intentar ponerse un freno. Por ejemplo, si uno se hace una manicura, por ejemplo, se fuerza a estar más atento y a cuidarse las manos. Además, al hacerse una manicura desaparecen los desniveles y las imperfecciones de la piel que "tientan" a morderse.
Otra alternativa es colocarse tiritas o alguna crema amarga, aunque de ese modo se evita el síntoma sin ir a las causas.
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Mientras uno investiga por qué lo hace y en qué momentos, puede recurrir a algunos trucos para ir abandonando ese hábito. Un modo es a través de las terapias conductistas, como el Habit Reversal Training, que puede proponer alternativas como comer un caramelo sin azúcar o presionar una pelotita de plástico cuando llegan esos momentos de tensión.
Sea por una vía o la otra, vale la pena intentarlo, aunque sea por el mero hecho de cambiar las costumbres y sentirse distinto.
FUENTE: dpa
03 de noviembre de 2016
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