Durante el verano expusimos la piel a casi todo: cloro, salitre, viento, largas exposiciones al sol. También pueden existir alteraciones metabólicas (enfermedades como hipotiroidismo o insuficiencia renal), deshidratación aguda (debido a hemorragias), ciertos medicamentos (como los diuréticos), determinadas patologías cutáneas, etcétera.
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Así, "con el fin de mantenerse equilibrada en contacto con los elementos, la dermis invierte mucha energía, aumenta la oxidación y libera una mayor cantidad de radicales libres. Por lo tanto, el resultado es un déficit de hidratación natural que, rápidamente, debe ser compensado", explica la dermatóloga Rita García Díaz.
Cuando esta capacidad de hidratación desaparece o es insuficiente, la piel pierde su elasticidad, tornándose áspera, tirante y frágil; toma un aspecto engrosado, con desecamiendo y descamación, sin brillo y con imperfecciones (puntos negros, puntos blancos y diversos tipos de manchas, especialmente en el rostro, cuello y escote). "Por esta razón, es aconsejable aprovechar los meses venideros para rehidratar y ayudarla a recuperarse de los efectos adversos que el verano le haya dejado", aconseja la médica.
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