Saturday 20 de April de 2024
FAMILIA | 31-07-2013 19:00

Cómo hablar para que te entienda

Practicaste frente al espejo gestos y tonos: nada podía fallar. Pero, al final, frente a él, el plan no se sostuvo. Dijioste todo lo que no pensabas, te paralizaste, dejando que él lo dijera todo. Después, te llenaste de reproches: “¿Por qué no le dije…?”, “¿para qué le dije lo de siempre, por enésima vez…”.

Enganchada en la bronca, en el dolor de la repetición, en el autocastigo, perdés la posibilidad de hacerte las preguntas claves, esas que pueden marcar un cambio: “¿para qué lo hago?”, “¿por qué no puedo enfrentar la situación?” Estos interrogantes son los que realmente te pueden ayudar a abrir el juego y armar estrategias de resolución.

Vivimos desde las emociones, están en lo que pensamos, decimos, hacemos, escuchamos y, desde ese lugar, nos comunicamos.

Cada uno, desde su historia, sus creencias, sus modelos aprendidos en la infancia, arma su verdad, su manera de ver la realidad. Desde este lugar, interpreta y reacciona ante las situaciones cotidianas. En realidad, lo que más nos afecta no es la situación en sí que vivimos, sino cómo la vivimos, y esto tiene que ver con nuestra manera de interpretarla.

Hay personas que viven sus vidas pegadas a las situaciones conflictivas del pasado. Desde ese lugar, desarrollan sus debilidades en lugar de sus fortalezas, enfrentan sus vidas desde la premisa de que “nunca nada me sale bien”, “no creo lograrlo”, “me lo hace a propósito”, quedándose frente a los demás en un lugar de inferioridad, viviendo bajo la creencia de lo que nunca pudo ser y, lo que es peor y determina el dolor emocional, lo que nunca cree que será (en realidad, porque no se lo permite).

Por dónde empezar

Algunas personas, más allá de lo vivido, piensan sus vidas desde el “si no me sale bien, mala suerte, pero al menos lo intenté” o “le puede pasar a cualquier”. Desde este lugar, te das más chance para encontrarte con lo posible, con tu potencial. Siempre depende desde dónde nos ubiquemos.

Podemos ver la realidad de una manera catastrófica y eso nos despierta emociones negativas (tristeza, miedo, enojo, desesperación) o elegimos verla, simplemente, como una situación más a resolver, aunque nos pueda provocar dolor pero nunca desesperación. Esto nos permite sentirnos con recursos para intentar resolver el conflicto. Actuamos de acuerdo a cómo percibimos las cosas y desde ese lugar nos comunicamos.

Podés reaccionar enojándote frente a una situación, provocando un gesto de asombro a la otra persona a la que le puede parecer desmedida tu reacción. La comunicación tiene que ver con modelos aprendidos en la infancia, pero si tomamos conciencia de su importancia, la podemos reformular entrenándonos en otras formas más saludables.

Al comunicarnos, nos damos a entender con nuestro cuerpo, con nuestras palabras, para lograr satisfacer nuestras necesidades. Hay una relación directa entre nuestra forma de comunicarnos y nuestra autoestima. El poder hacerlo liberada del peso de las emociones negativas, hace que tengas más posibilidades de que la persona que está escuchándote lo comprenda y puedan abrir un diálogo saludable.

Del contenido del mensaje, sólo se escucha el 7%. El resto se arma así: el 38% tiene que ver con el tono de voz y el 55% con la postura, el contacto visual y hasta los gestos.

Si bien es muy importante decir lo que sentimos, también es fundamental aprender cómo lo decimos, para que realmente la otra persona se entere lo que pensamos y, fundamentalmente, lo que necesitamos. El “cómo” es el que da más chances de que el mensaje llegue y vos tengas la habilidad y flexibilidad para poder negociar los desacuerdos. Cuando lográs decir lo que sentís en forma concreta, clara, libre, respetando al otro, pero no perdiéndote en lo que piensa, lograrás una comunicación segura, asertiva, que reafirme tu autoestima.

Convengamos que socialmente, muchas veces, se asocia la asertividad con la agresión. Son esas personas que dicen “yo soy muy sincera, digo siempre lo que pienso, aunque no te guste” y están quienes se comunican en forma pasiva: “mejor no le digo nada y evito una pelea”. En realidad, tanto la comunicación pasiva como la agresiva tienen que ver con dificultades en la conexión con sentimientos, necesidades y bajo nivel de autoestima.

Recuperar el poder

*Sé tu propio coach emocional: no es necesario tener los sentimientos totalmente claros para expresarlos. Pensá que cuando más te enroscas en ellos, más se magnifican, crecen tus miedos y ansiedad, más limitás tu dificultad de expresarlos. No importa quién tiene la razón, lo que define la posibilidad de diálogo es hablar en primera persona: “yo pienso”, “a mí me pasa”, “yo creo”. Hay que romper la creencia de que el otro “porque me quiere, me conoce”. Es tu responsabilidad que sepa lo que pensás.

*Espejo comunicacional: permitite decir lo que sentís. Es tu derecho, más allá de si el mensaje es positivo o no. Al expresarte, intentá contactarte con la mirada del otro, utilizá un tono medio. Respirar en forma profunda, abdominal, lenta, te puede ayudar a bajar el nivel de ansiedad. Observá, a medida que hablás o escuchás, los movimientos del interlocutor. Si tiene movimientos lentos, tratá de no gesticular mucho y, si notás que sus movimientos son constantes, trata desde lo corporal de acompañar con movimientos más activos. No se trata de imitar los movimientos del otro, simplemente es acompañar sin perder tu estilo. Esto te ayudará a armonizar la comunicación. Sumar el lenguaje corporal al verbal permite que el mensaje llegue de manera más objetiva.

*Rompé con roles fijos: muchas veces quedamos entrampados, casi sin darnos cuenta, en ciertos roles fijos: “él sabe que vos siempre lo escuchás, siempre se te ocurre algo y resolvés una situación”. Ese lugar que, a lo largo del tiempo, ocupaste con tanta naturalidad, te hace sentir querida por un lado, pero más de una vez te hizo poner molesta, cansada. El cuestionarte esta contradicción es animarte a modificarla con pequeñas actitudes y lograr que no te desconectes de tus emociones. Date la oportunidad de no juzgar tus pensamientos, aceptando lo que sentís y aprendiendo a vivir desde ese lugar.

Empezá con las situaciones cotidianas más simples, no importa cuáles. Lo importante es aprender a conectarte con lo que sos, con lo que querés. Valorá lo que sí podés y soltá los “no puedo”, “me gustaría pero…”, “si se da, se da”, “no es para mí”. Permitite reecontrarte con el poder de tus palabras. Hay una frase muy buena del científico, filósofo y escritor francés Blaise Pascal que dice: “Si no actúas como pensás, terminás pensando como actúas”. La elección está en vos.

*Especialista en trastornos de ansiedad y conductas adictivas

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